El Laberinto es aquella terquedad infinita. El Laberinto significa incertidumbre.
Es
un camino de sobresaltos, de vaivenes que secuestran la verdad. El Laberinto
es necio,no olvida, nada pasa desapercibido. Es un enredo que desenreda.
El Laberinto de la Terquedad, es la manera más necia de llegar a la verdad.
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jueves, 11 de febrero de 2010

Probó el asfalto

Tránsito de miércoles por la mañana. Los pelos de punta: tenía que llegar a la primera clase del día, que en realidad era la única pues el Taller de Prensa III dura cuatro horas. La interjección de dos avenidas estaba copada por un mar motorizado, anormal para el día, la hora y el momento.
Las noticias reflejaban a una sociedad del miedo, de lo inmediato, mediática y paralizada por la violencia injustificada. Los pitazos de los autos se confundían con los insultos; las caras eran arrogantes, superficiales; yo simplemente observaba mi triste realidad.
El motor del auto dejo de sonar. Las llaves estaban ahora pasando de mano en  mano. La distracción como método de olvido, de ocio, de aceptación.
Arranqué de inmediato el carro, pues ahora las bocinas apuntaban a mi dirección, acusándome de ineptitud, señalando mi “imprudencia”.
Lento. De cualquier manera se podían ver los grandes tornillos de las llantas de los carros girar despacio, aburridos.
A lo lejos, una luz rojiblanca intermitente anunciaba el fin del delirante embotellamiento. ¿Qué habrá pasado? Pensamos los cientos de conductores al unísono. Cuando por fin tuve la posición privilegiada para destapar las dudas que paseaban por mi inconsciente, lo vi.
Primero un carro con las luces de emergencia, titilantes. Luego, un grupo de cinco personas con la mirada perdida; llevaban de indumentaria unas batas blancas, otras azules. Dos mujeres y tres hombres. La del cabello recogido, tenía una libreta secundada de un bolígrafo apretado con fuerza, de tal suerte que sus nudillos parecían ahorcados.
Al lado del grupo de personas desconcertadas, incrédulas, estaba la ambulancia. Los carros comenzaban el proceso de desprendimiento del tránsito apretujado y corrían en busca de su objetivo. Mi turno a la hora del esclarecimiento, de saber qué demonios estaba pasando, no fue diferente a los demás: avancé un poco más rápido que en la fila extenuante, pero no tan rápido para poder observar.
¿Morbo? ¿Duda? ¿Curiosidad? Lo cierto es que lo vi. Tirado en el piso, cubierto por una manta azul celeste. Lo único que era reconocible era su mano, que descansaba en el pavimento. Blanca, casi transparente, inerme ante el mundo que ya juzgaba su situación.
Imaginé entonces las portadas de La Prensa, El Gráfico, El Metro… que anunciarían una nueva historia para la suciedad del espectáculo: ¿"Tránsito de muerte"? ¿"Probó el asfalto"? ¿"Le pusieron frazadita"?
Más adelante unos cuantos vehículos se estacionaron. Las luces anunciaban la salida de sus choferes, que se dirigieron a la zona de acción, la zona cero.
Con un suspiro me alejé y caí en cuenta que debía retomar velozmente el camino a la clase. Era tarde, pero al final de cuentas llegaría a tiempo. Con un suspiro me quedé pensando en el muerto. Con un suspiro estaba ya dentro del Taller.
Olvidado en la calle, maldecido por los autos, despojado de sus cinco sentidos, abandonado por la vida. El hombre siguió tendido mientras el mundo avanzó hasta situarnos aquí, ahora. Su mano continuó semiabierta, dejó inconclusa una historia dentro del engranaje mismo de la naturaleza.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Mientras nos desenvolvemos en un mundo en en donde imágenes como la que nos relatas, se vuelven cada vez más comunes, es importante que tomemos conciencia sobre nuestra apatía ante tal tipo de situaciones.

El Necio dijo...

Así es mi querido amigo. Somos la sociedad del espectáculo, el "Hommo videns" diría Sartori. Y como periodistas, actuales y próximos, debemos de guardar el sentido humano; ese vínculo con la realidad y su estrecha relación al corazón.
Ahí nos estamos viendo Rafa.
Gracias por tu comment. Salut!