
El 23 de abril se dio a conocer en los medios masivos de información el brote de un nuevo virus. El A H1N1 despertó luego de haber comenzado semanas atrás pero abrió sus ojos a México y al mundo. El bombardeo impactante que se desprendió de aquella noche de incertidumbre, fue más bien impresionante y apabullante.
El tema se tornó esquizofrénico. La paranoia colectiva se apoderó de la vida cotidiana. El pánico ya estaba extendido. No sólo se había optado por seguir al pie de la letra las indicaciones sanitarias, sino que el sentido del capital que está muy arraigado en la sociedad, se hizo presente. Precios estratosféricos de tapabocas, pedazos de tela que se iban a las nubes y se convertían inalcanzables para los indefensos.
Para Lacan el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Reproducción del pensamiento que integra tres mandos: el real, el imaginario y el simbólico. Y así se puede analizar el virus de la Influenza Humana, o bien el virus de la Influencia mediática.
El hecho real: se había expandido peligrosamente un virus aparentemente desconocido y que al momento, era intratable. Cientos de personas en un periodo corto de tiempo habían caído enfermos y otros tantos (pocos) se llegaron a morir. La preocupación generada era psicodélica, tanto en la Secretaría de Salud (Ssa), al mando de José Ángel Córdova Villalobos, como en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y pasando por la opinión pública. Se cerraron escuelas, se cerraron cines, estadios, bares y restaurantes, se cerraron las mentes.
Eran hechos palpables, reales. Más allá de lo que era tangible, el inconsciente estructurado de Lacan, impregnó a propios y extraños con un mundo de imaginación. El imaginario colectivo, no sólo variaba y cambiaba de clima y color, sino que llegaba a ser catastrofista y escéptico a la vez.
Por último, el inconsciente simbólico. Conforme pasaron los días, el calor de la noticia de ocho columnas, de la crisis porcina, del cochinero que se llegó a incubar en cada hogar de la nación, se fue esfumando poco a poco. El lenguaje, la expresión que se desprendía desde la opinión pública, fue construyendo a los individuos, que, atados, veían como a la influenza A H1N1 de su inicio devastador pasó a su puerca realidad política.
El tema se tornó esquizofrénico. La paranoia colectiva se apoderó de la vida cotidiana. El pánico ya estaba extendido. No sólo se había optado por seguir al pie de la letra las indicaciones sanitarias, sino que el sentido del capital que está muy arraigado en la sociedad, se hizo presente. Precios estratosféricos de tapabocas, pedazos de tela que se iban a las nubes y se convertían inalcanzables para los indefensos.
Para Lacan el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Reproducción del pensamiento que integra tres mandos: el real, el imaginario y el simbólico. Y así se puede analizar el virus de la Influenza Humana, o bien el virus de la Influencia mediática.
El hecho real: se había expandido peligrosamente un virus aparentemente desconocido y que al momento, era intratable. Cientos de personas en un periodo corto de tiempo habían caído enfermos y otros tantos (pocos) se llegaron a morir. La preocupación generada era psicodélica, tanto en la Secretaría de Salud (Ssa), al mando de José Ángel Córdova Villalobos, como en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y pasando por la opinión pública. Se cerraron escuelas, se cerraron cines, estadios, bares y restaurantes, se cerraron las mentes.
Eran hechos palpables, reales. Más allá de lo que era tangible, el inconsciente estructurado de Lacan, impregnó a propios y extraños con un mundo de imaginación. El imaginario colectivo, no sólo variaba y cambiaba de clima y color, sino que llegaba a ser catastrofista y escéptico a la vez.
Por último, el inconsciente simbólico. Conforme pasaron los días, el calor de la noticia de ocho columnas, de la crisis porcina, del cochinero que se llegó a incubar en cada hogar de la nación, se fue esfumando poco a poco. El lenguaje, la expresión que se desprendía desde la opinión pública, fue construyendo a los individuos, que, atados, veían como a la influenza A H1N1 de su inicio devastador pasó a su puerca realidad política.
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