El Laberinto es aquella terquedad infinita. El Laberinto significa incertidumbre.
Es
un camino de sobresaltos, de vaivenes que secuestran la verdad. El Laberinto
es necio,no olvida, nada pasa desapercibido. Es un enredo que desenreda.
El Laberinto de la Terquedad, es la manera más necia de llegar a la verdad.
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lunes, 28 de septiembre de 2009

Relatos Insomnes


Acostado, tengo los ojos abiertos y una mirada perdida que no encuentra más que el miedo en el horizonte. El cerebro me está aplicando una mala jugada. Los pensamientos me carcomen el sueño y no veo más que la catástrofe, y cómo se apodera de mí, del mundo.
Dejaremos de existir, o por lo menos dejaremos de estar aquí de la forma en que estamos, algún día. Nos transformaremos, viajaremos a otro estado químico. ¿Cómo seremos entonces? ¿Qué seremos? ¿Quiénes fuimos antes de ser lo que somos?
Otra vuelta a la almohada, me traslada a otra reflexión espeluznante (en este momento, ya todo es terrible). ¿Por qué me tocó estar aquí, en este tiempo, en este lado de la Historia? Me hubiera gustado vivir en el franquismo, pero del lado catalán. No, no. Mejor durante el Renacimiento, allá por 1630. Hablar otro idioma menos viciado, más propio y elegante.
El sudor se confunde con las lágrimas y la mente sigue viajando. Algún día dejarán de hablar español. Se irá extinguiendo poco a poco, lentamente. Tal vez corra con la suerte del dálmata, no lo sé. Me hubiera gustado ser Tuone Udaina. Una ligera risita ahuyenta la confusión por un momento. Me hubiera gustado ser el último en la Tierra que hablara algún idioma, como Udaina. ¿Me hubiera gustado? Tal vez todo iría bien hasta que mi destino se encontrara con una mina terrestre, llevando mis pedacitos de vida rumbo a otro lugar, otro tiempo, otra lengua.
El hubiera no existe, me dice un giro más en la cama y con él otro vendaval de ideas catastrofistas, reflexivas, que alejan mi sueño. Regresemos a vivir al Renacimiento. Aunque yo sería testigo del primer siglo de conquista americana, del saqueo, de la explotación, de la imposición del español sobre los idiomas originales de los primeros habitantes del continente. ¿Sería testigo? O tal vez, simplemente sería yo un pintor, un escritor, un… ¿conquistador?
El hubiera no existe, me recuerda la almohada. Tal vez lo que debería hacer es levantarme, tomar un abrigo y salir a caminar en medio de la noche. Tal vez debería de irme de mi vida, del mundo, de mi mundo, tal vez.
El nudo en la garganta me reclama, me aturde, me sigue empujando a pensamientos insomnes. ¿Y si viviera hace Cinco mil años, donde las palabras sobraban y el lenguaje se basaba en ser, en estar, en sobrevivir? Sería otro yo. Luchando por fuego. ¿Sería un yo, o simplemente uno más de los demás?
Cansado, con el sueño un poco más amable, me levanto. Estoy aturdido, como si tuviera la Memoria encendida por el fuego, quemada, achicharrada; pero llena de recuerdos, de momentos y de historias que ni siquiera viví. Entonces prendo la luz y antes que nada, empiezo a escribir.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Catalunya y América, víctimas de la conquista


Al final de las Ramblas, llegando a las orillas del Mediterráneo, está una estatua de Cristóbal Colón, que ve al horizonte y apunta con el dedo hacia el ahora viejo “Nuevo Mundo”. Un turista le toma fotos, capta el momento, mide la luz, calcula el enfoque. Sube al monumento y llega a la cima. Debajo de éste, reposa la ciudad más importante para el pueblo catalán.
El turista, Barcelona y el mundo entero, se vuelven testigos del señalamiento de Colón. El dedo acusa, dirige y observa desde lejos la manera en que se efectuó el saqueo al continente americano, en cómo se cambiaron las costumbres, se modificaron las creencias.
El dedo señala y recuerda parte de la historia del saqueo, del período inestable que se vivió justo después del triunfo español sobre el indio. Cómo oprimieron a los pueblos y jugaron con el poder aquellos que se decían superiores. Reflexivo, el turista ve el nacionalismo catalán. “Més que un poble”, se alcanza a leer a lo lejos una manta que cuelga del Camp Nou, estadio del Barcelona.
Con ánimo aventurero, desciende de Colón y vuelve a las Ramblas, andador más visitado en el mundo. Decide sentarse. A su lado, está un señor de unos setenta años, calvo, que tiene en las manos un libro rojo con negro y, en las piernas, un violonchelo hermoso.
- Galeano, ¿No es así? – Le dice el visitante al señor. – Yo justamente estaba leyendo el de Memoria del Fuego. Qué increíble la historia de opresión. – El señor sólo asiente. - Es triste ver cómo un pueblo como éste, se haya aprovechado de la inocencia de los latinos.
Molesto, el señor interrumpe al turista:
- Latinoamericanos. – corrige. – Y en todo caso sería toda América, en general. Pero además, si usted se refiere al pueblo catalán como opresor de los indios, me parece que dista mucho de la realidad.
El señor de unos setenta años le cuenta al visitante, que Catalunya nunca participó en la conquista de América. Le precisa que, de hecho, en el momento en que se produce la imposición de España, Portugal y compañía, sobre los indios, los catalanes luchaban por su autonomía, llegando a ser lo que son hoy, una Comunidad Autónoma, pero que sigue buscando su total independencia.
Boquiabierto, el turista nada más asiente mientras el señor continúa con su discurso:
- De hecho, y tengo que remitirme a los datos duros, fue en los años de 1640, 1714 y 1936, cuando más fuerte se manifestó el deseo independentista. Se calmaron, los tres, con las intervenciones del jefe español en turno: Fernando IV, Felipe V y Francisco Franco.
Entonces, el señor que estaba leyendo a Galeano, se incorpora y se despide, pero antes se presenta: - Me llamo Carlos Prieto, y hoy tocaré en L’Auditori. Lo invito, pero antes, será mejor si le da un vistazo a la historia de la lengua catalana, que también es fascinante. Deberá hacerlo, si quiere entender lo que ocurrirá esta noche.- Prieto se va y el turista se queda perplejo, atónito. De su mochila, saca un libro grande, con símbolos extraños: Cinco mil años de palabras, de Carlos Prieto.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Desde Chiapas: un recuerdo, un enojo y un saludo


Estimados lectores, colegas, compañeros, profesora: Los saludo desde San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, mi hogar. Aquí nací, aquí crecí, de aquí soy. Viví en una casa ubicada en la calle Brasil, del Barrio de Mexicanos que, extrañamente, era compuesto por calles de nombres de países latinoamericanos. Y desde unas cuadras más lejos, les escribo.
La cuestión no es contarles aquí toda mi historia, mis sentimientos, mis más entrañables recuerdos; sino hablarles de un enojo muy particular, que me aqueja en estos momentos. Resulta que por motivos ajenos a la fortuna, tuvimos que rentar la casa en la que vivimos durante quince años; hogar que construyó mi madre, a base de esfuerzo, dedicación y… suerte.
Luego de dos años de arrendamiento a unos guatemaltecos, llegaron unos italianos que parecían amables y sensatos. El tiempo nos relató todo lo contrario, y es de donde surge el punto de este relato, de esta furia y rabieta.
Caminando por la calle, en el Andador Turístico, que va de la plaza de Santo Domingo al cerrito del Carmen, me topé con el restaurante La Paloma. El lugar es manejado por unos amigos, y tiene, a su vez, una galería de arte que expone y vende obras características de Chiapas y de la dueña. Fue, en su momento (allá por el año de 1529), la residencia del conquistador Diego de Mazariegos. Colonizador, que fundó la provincia, nombrándola Villa Real de Chiapa. Más tarde adoptaría otros nombres como Villa Viciosa, Villa de San Cristóbal, Ciudad Real y por último, San Cristóbal de Las Casas, en honor a Fray Bartolomé, el redentor de los indios, según cuentan.
En fin, luego de toda la reflexión que me produjo La Paloma, probablemente porque estoy leyendo el libro de Eduardo Galeano, Memoria del Fuego, y que habla, entre otras cosas, del Viejo Nuevo Mundo y la colonización, cristianización y subyugación de América; caí en cuenta de que enfrente de mí, estaban los famosos italianos que rentaron mi casa.
En su momento, a los señores se les ocurrió cortar unos cuantos árboles frutales, quemar basura en el lugar de la composta, y volver mi casa, un hostal: Lagrigua, bed & breakfast. Hotelito del que nos enteramos por internet, y del cual vivían, pagaban la renta y ahorraban excedentes.
Me sentí como burlado, explotado… claro que a su debido nivel. El chiste, es que llegaron unos europeos, que no hablaban mi idioma y que se aprovecharon de los recursos ajenos, para satisfacer sus ambiciones y pretensiones. Al final de cuentas, se fueron y llevaron un buen botín.
Entré al restaurante y comenzamos a discutir. Cada quién hablando a su estilo, a su respectivo idioma. Logré entender algunos de los insultos que me propinaron, sin duda ellos hicieron lo propio. Pienso que ni siquiera Cinco mil años de palabras serán suficientes para describir lo que nos comunicamos en la casa de don Diego. Frustrado, me salí del restaurante y comencé a escribir...

lunes, 7 de septiembre de 2009

Asterix, el galo de la memoria en el fuego

Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles Galos resiste todavía y siempre al invasor. Y la vida no es fácil para las guarniciones de legionarios romanos en los reducidos campamentos de Babaórum, Acuárium, Laudánum y Petibónum... *
Eduardo Galeano cierra el libro de Asterix que le lee al nieto de su amigo. Se acerca a la chimenea y aviva el fuego que calienta la noche, toma un sorbo del vino francés de la reserva, y presencia cómo el aparato de sonido cambia el disco, de Tortelier a Prieto. -Noche de chelos-, piensa para sus adentros.
El roce del arco con la brea y las cuerdas, producen a Eduardo una sensación distinta. Se queda pasmado, con los ojos cerrados e imagina. Mientras, en la sala, el niño lo observa curiosamente. Del amigo de sus abuelos, nada más ha leído un libro que le encantó, El fútbol a sol y sombra, sabe, de oídas, que es un grande, un fenómeno.
El amigo de Galeano, algo preocupado por él, le dice que si quiere más vino. Saca del trance al escritor uruguayo. Eduardo asiente y se toma el último trago de su copa, y luego retoma la palabra.
-¿En qué íbamos?-, le pregunta al niñito, y antes de que éste pudiera decir algo, Eduardo ya está contando la historia. -Los ches que hicieron estas historietas de Asterix, sí que tuvieron imaginación-, le dice,-revolucionaron al mundo. Pensar que tenían en una bandeja a Julio César… Cómo me reía con ellos-.
Y continúa, -¿Sabés que en realidad los romanos fueron quienes subyugaron a los galos? Es cierto que Abraracurcix, el jefe de la aldea de Asterix, existía, y mantuvo a su aldea a salvo durante mucho tiempo, pero Vercingentorix era quien en verdad salvaba la cabeza, ¡Vercingentorix!-
El niño lo ve raro, se queda con cara de signo de interrogación, pero sigue escuchando al que alguna vez fuera colega de su abuelo en el diario Época: -Ese tipo… ¡Qué tipo! ¿Sabés que Carlos Prieto, al che que estamos oyendo, se le ocurrió hacer un libro? Es curioso, pero siempre me recuerda a mi Memoria del fuego, sobre todo al tomo I. ¿Lo leíste ya? Las letras de Prieto son distintas a sus notas, son más serias. Cinco mil años de palabras se llama su libro. Cuenta la historia de las lenguas, su nacimiento, su transformación.
Me gusta asociar a Prieto con mi Memoria del fuego. Desde su relación con las Primeras voces del mundo americano, de todo el continente, y la irrupción de dos cosmovisiones: el mundo desarrollado europeo, contra nuestro Viejo nuevo mundo. Deberías de revisarlo, sobre todo si querés ser escritor… a propósito de la Galia, el chelista éste platica de la aparición del francés, ¿Podés creer?-. Galeano bebe vino de nuevo. Se queda pensando y abre, al fin, el libro de Asterix…

*GOSCINNY (Guión)/UDERZO (Ilustraciones), Asterix en los Juegos Olímpicos, Barcelona, Grijalbo/Dargaud, 1968