
Han pasado tres años de la muerte de una de las más grandes periodistas de todos los tiempos, y todo parece seguir igual. Al atardecer del sábado 7 de octubre de 2006, un sicario asesinó de cuatro tiros a Anna Politkóvskaya, en el ascensor del edificio donde vivía, en Moscú.
Anna podría ser considerada como el modelo de periodismo de lo que en México conocemos como el ser y hacer de gente de la talla de Carmen Aristegui: sin tapujos, sin reservas, con lucidez. Aunque la periodista, que hoy tendría 51 años, era mucho más directa y se involucraba profundamente en los movimientos sociales, llegando a ser, en un punto, una activista por los derechos humanos.
Desde su trinchera, Politkóvskaya había denunciado constantemente la sanguinaria intervención del ejército ruso, desde 1991, en la República Chechena de Ichkeria, ubicada en el suroeste de Rusia.
En México y América en su totalidad, podría pensarse que el vínculo con la Chechenia de Anna Politkóvskaya es lejano, y que los idiomas son tan distintos que no valdría la pena hacer un alto y reflexionar la historia de la periodista eslava. Pero no. Más allá de las barreras de la lengua, se encuentra la similitud de historias, que se han ido diluyendo con el tiempo, pero que dejan constancia del desangramiento con el que cargan ambas regiones del mundo.
La lengua, como apunta el músico Carlos Prieto en Cinco mil años de palabras, no sólo forma parte de un conjunto de signos que le dan identidad a un país o región, sino que le brinda una cualidad que comunica más que sólo palabras: es la manera de interpretar el mundo, la forma en que cada pueblo construye su realidad. Y la realidad se construye a través de la herencia que explica el presente y entiende el pasado, como lo traduce Eduardo Galeano, periodista uruguayo, en Memoria del fuego, refiriéndose al nacimiento de la historia en América
Anna, escritora en su etapa final para el Nóvaya Gazeta y autora de libros como La Rusia de Putin o Diario Ruso, fue heredera de escritores rusos que se desarrollaron dentro de la injusticia social, autoritarismo y guerras: Fiódor Dostoyévski retrató a la Rusia zarista de una manera cruda y descarnada, en Crimen y castigo; León Tolstoi que tradujo sus ideas anti-violencia con su estilo claro y hermoso en La guerra y la paz.
La herencia no es diferente en el continente americano. Periodistas como la mencionada Carmen Aristegui, tienen el legado de Scherer, Galeano, Benedetti. Con la misma lengua y la pluma como principal sustento, que cuenta historias y traduce momentos. Por eso se entrelazan las historias, sin importar realmente el lugar, región o país de procedencia, logrando una visión crítica, como lo hizo, en su momento, la voz acallada de la gran Anna Politkóvskaya.